El XIII Festival Internacional de Teatro “Santa Cruz de la Sierra”, organizado por la Asociación Pro Arte y Cultura (APAC), invitó a los espectadores a despertar su ojo crítico frente a las obras presentadas. Así lanzó el primer concurso de crítica amateur de teatro.
Finalizado el encuentro teatral, el jurado revisó los escritos recibidos; una serie de visiones diversas sobre las puestas en escena. Finalmente, Andrés Peñaloza, resultó ganador del primer lugar; Lenny Angélica Parada, del segundo, y Aida Marian Ayala, del tercero.
El jurado estuvo compuesto por los periodistas Mabel Franco, de la revista cultural Rascacielos, y Rildo Barba, de la revista digital Okey! Con ello, el eslogan “Un festival para todos” se cumplió a cabalidad.
1er LUGAR
Sal-si-puedes: el maravilhoso no-lugar
Crítica a la obra teatral “Fronte[i]ra | Fracas[I]o”,
Autor: Andrés Peñaloza Lanza
Seudónimo: Coronel Tamarindo
Allá por noviembre de 2014, en la sala de un hostal en el norte de París, Chernor Bah, un feroz defensor de los derechos de las niñas y adolescentes de Sierra Leona declaraba su idea de ciudadanía ante centenas de jóvenes entusiasmados pero confundidos: “Mi pasaporte no define quién soy; lo que me define como ciudadano de este mundo es mi humanidad. Yo soy mi propio pasaporte y ningún documento debería definir si vengo de allá o de acá. Soy humano, y eso es suficiente”.
Las formas y no-formas de ese invento imaginario y aleatorio llamado “frontera” definen historias de vida desde que alguien decidió que esa era la mejor manera de separar civilizaciones. Un río, una cordillera. Una guerra perdida, una constitución esclavista, la llegada de un colonizador falsamente bienintencionado. Un color de piel diferente. Un idioma distinto. La historia de un individuo, una pareja, una familia o de un par de aventureros solitarios está definida por una línea arbitraria que nadie puede ver.
Y es que no existe ninguna forma mais maravilhosa para que imaginemos cómo sería un mundo sin fronteras que el teatro. “Fronte[i]ra | Fracas[s]o”, la más reciente obra del elenco Teatro de Los Andes y Clowns de Shakespeare emociona a dos tipos de público: a los no-migrantes, los bolivianos que se deleitan con el acento musical brasileño hablando español boliviano y que admiran con genuina curiosidad cómo son vistos ellos por el Brasil encarnado por esos tres personajes. Y el segundo público es el que se ve en el mismo dilema que la nieta de vovô Paolo: los que no pertenecen o sienten que no pertenecen a ningún lugar, y a los que nada en el mundo les caería mejor que la desaparición de las fronteras. Qué mundo maravilhoso sería ese en el que la gente levanta las líneas fronterizas para usarlas como cuerda de saltar y las zarandea y retuerce para gusto de saltarines y bailarines.
El espejo de Patricio fuerza un ejercicio de terapia para ambos grupos de personas. Mientras el personaje brasileño hace una radiografía cruda, divertida y tremendamente honesta sobre el subimperialismo brasileño en Sudamérica (¿cuántas veces habremos oído a un brasileño confundiendo Colombia con Bolivia?), vovô Paolo suelta en un hermoso monólogo esa carga pesada y dolorosa: “el fracaso boliviano”. Esa etiqueta que muchos bolivianos inmigrantes sienten que la llevan en la frente y que les cuesta años quitársela de encima. Una historia plagada de derrotas sufridas precisamente en las fronteras de un país cada vez más encogido y que recurre a un refugio sumamente brasileño para rescatar un poquito de orgullo: la saudade. La saudade del Mundial del 94, del 6-1 a Argentina, de un acontecimiento político fundamental y transformador en 2006.
“Fronte[i]ra | Fracas[s]o” bien podría ser un hermoso homenaje a Paulo Freire y a Augusto Boal. El teatro y la pedagogía del oprimido son herramientas capaces de crear un espacio que solamente puede existir en los no-lugares. Un espacio dentro y fuera de las fronteras, ese no-lugar de no-pertenencia que surge junto y a través de las terceras culturas. Un mundo donde sus habitantes transitan entre un idioma y el otro sin causar alboroto. Un no-país donde está permitido celebrar cuantas fiestas de Año Nuevo existan, donde “La bomba”, la “Lambada” o “De música ligera/À sua maneira” se comparten, y sobre todo donde el peso de los dolores, traumas, orgullos y felicidades lo cargamos juntos.
A pesar de su autocrítica, ojalá Patricio sepa que nosotros también aprendemos de y celebramos con el Brasil. En esta Bolivia conservadora, los diálogos con lenguaje sin género no pasan desapercibidos, sino que son incorporados como debería ser en todo ámbito de la vida: de manera normal y como parte de lo cotidiano. Aprendemos de su levedad, de su empatía, apertura y voluntad de hablar nuestro idioma más que nosotros el suyo. Pero, sobre todo, aprendemos a imaginar el mundo desde la comunidad. Ah, Brasil, quem tem um amigo tem tudo. Ese país en el que la amistad y el amor en comunidad están por sobre todas las cosas.
2do LUGAR
Medea: cuando la armonía visual y acústica se unen
Crítica a la obra teatral “Medea”
Autor: Lenny Angélica Parada Peralta
Seudónimo: Mange
“Medea” es una tragedia clásica griega escrita por Eurípides en el siglo V a.C., adaptada y reinterpretada en diferentes contextos culturales a lo largo de la historia. Una de las versiones más interesantes y sorprendentes es la puesta en escena, en estilo bunraku, de la compañía chilena Magnífico Teatro exhibida en el XIII Festival de Teatro “Santa Cruz de la Sierra”.
Cabe señalar que bunraku es un arte escénico japonés que combina la manipulación de marionetas de tamaño real con la actuación en vivo de un músico y una narradora. En este caso, los tres personajes principales de “Medea” (Medea, Jasón y Creonte) son representados por marionetas de madera articuladas por los titiriteros del elenco.
Y es que lo primero que llama la atención de esta versión de “Medea” —dirigida por Vicente Christian— es la belleza y precisión del movimiento de los títeres. Desde el inicio, cuando la nodriza hace su primera aparición, el espectador queda hipnotizado por la gracia y fluidez con que son manipulados estos personajes. Cada detalle… cada gesto mínimo de los brazos, de la cabeza y del rostro está cuidadosamente calculado para transmitir la expresión más adecuada.
El trabajo de los titiriteros es también impresionante por la capacidad que tienen para transmitir la complejidad psicológica y moral de Medea, Jasón y Creonte. A pesar de que sus rostros están fijos en una sola expresión, los movimientos de sus ojos, boca y cuerpo, así como la entonación de las voces de la narradora Magdalena Fuentes —que, personalmente, me parece que hace un trabajo increíble— dan a entender el trasfondo emocional de cada personaje, y el conflicto que los une y los separa.
Otro punto relevante es la integración de la música. Los acordes de la guitarra crean una atmósfera sonora que refuerza la tensión dramática de la obra, junto a la narradora que relata los acontecimientos de la trama en un estilo japonés teatralizado y cantado, evocando las crónicas épicas de los samuráis. Por último, está la colorimetría de los atuendos: es un deleite la paleta de colores en los titiriteros y marionetas.
En definitiva, esta versión de “Medea” es una experiencia teatral única, que combina la tradición griega con la cultura japonesa de una manera sorprendente y emocionante. Una puesta en escena que cautiva y conmueve al espectador, demostrando que la creatividad y la innovación pueden enriquecer aún más las obras clásicas del teatro universal.
3er LUGAR
La última horquilla: la maquinaria del mago
Crítica a la obra teatral “La última horquilla”
Autor: Ayda Marian Ayala Leytón
Seudónimo: Mar
Voy poniendo en orden las primeras letras y palabras que van a confabular un instante que viví y que, como alguna vez escribí en Facebook, es muy difícil de explicar. Citándome a mí misma: “Encuentras algo en el teatro, te vas a casa con una vibra deliciosa. Tratas de contarle lo vivido a alguien y entonces reentiendes qué es intransferible e indocumentable. Saboreas mil veces el recuerdo en tu cabeza y duele que las palabras no alcancen. Lo guardas en el lugar donde pones lo intangible: algún amanecer, un desayuno, unos besos clandestinos, un momento en el teatro…”. En este entendido, entonces, asumo este reto, esta convocatoria, este deseo de comunicar sabiendo que ya perdí.
Decidí que el 2023 sería el año de transitar el Festival Internacional de Teatro “Santa Cruz de la Sierra” como público, desde bambalinas. Ver las calles de esta ciudad que visité tantas veces convertidas en un libro de cuentos fue de una emoción que me hizo derramar café de la plaza sobre mis vestiduras y así, con la blusa manchada, fui a la que sería mi primera obra de este viaje. Empezar con La última horquilla fue una de las confabulaciones más mágicas de los dioses del teatro para esta mi experiencia con el arte escénico. Convencí a mi familia de ir, siempre en la contradicción de ser tentados por el teatro o reacios a la insistencia voraz de la Mar.
En las nubes
Una vez en la sala, nos recibe una disposición de luces entre azules y blancas que pretenden de manera muy gráfica y sin temor ocultar un montón de lo que parece ser una fibra blanca a una altura de aproximadamente 50 centímetros, con un perímetro que deja al descubierto el escenario. Me parece muy arriesgado mostrar sin nada de pudor el artificio para la convención, como si un mago dejara un poco adrede algunos cabos sueltos de sus trucos antes de empezar su espectáculo. Situación que, lejos de alejarme de la promesa escénica, hace que yo aumente las apuestas. ¿Quién es este mago que confía tanto en su trabajo, que deja sensualmente al descubierto su maquinaria?
Se apagan las luces y el ritual empieza. De la fibra salen dos niñas vestidas de camisas floreadas y shorts, como si quien las vistiera quisiese que se vean lindas, femeninas, pero que eso no impida en ninguna medida que se diviertan. Conversaciones sobre horquillas, cocodrilos y verdades, un diálogo que lleva una sonoridad infantil paceña, que de ser tan inocente las conduce a las preguntas filosóficas que los niños no saben que se hacen y ante las que los adultos del público nos reímos en una complicidad familiar al escucharlas charlar. Así será siempre, así se sentirá siempre el hablar de Cicí y Lelé.
De pronto, el montón de fibra deja de verse y medirse, y se convierte en este cielo en donde habitan Cicí y Lelé; este lugar blanco e infinito que acoge de tal manera a las actrices, que hace que los perímetros se cancelen, que la promesa del mago se cumpla, que el artificio se dé. Una puesta en escena de un carácter poético tal que funciona como dispositivo para el diálogo, el ritmo, el conflicto, las tensiones y narrativas de la obra. Cicí tiene la necesidad de atar, de enganchar un recuerdo con otro, está en busca de la verdad; un conflicto infantil digno de Arístides Vargas. Lele, como antagonista, parece que interrumpe de maneras muy creativas el objetivo de Cicí, y como excusa entre interrupción e interrupción nos hace viajar por la vida de la protagonista.
Descubrimos de esa manera el contexto histórico, cultural y nuestro en el que se sitúa la obra. Los derrumbes de las casas en los cerros de La Paz. Dicho así, como titular, es otra noticia fatal. Verlas jugar entre los vestigios del desastre es una suerte de un humor negro que te hace llorar riendo, como sólo el teatro bien hecho puede lograr; te pone en los zapatos de quien busca los restos de su casa y los restos de sus recuerdos jugando entre la mazamorra.
El aterrizaje
Lelé y Cicí cayendo. Momento de la obra en la que el dispositivo se luce, en el que el cuerpo lúdico de las actrices también lo hace. La tensión dramática y el conflicto están presentes, pero todos estamos cayendo, sabiendo que después de una caída normalmente o aterrizas o «¡pun!» y «¡auch!». Entonces llega el hastío. La tensión dramática llega a un punto climático en donde el público está tan conectado al objetivo de Cicí que se cansa. Las preguntas de la protagonista y su necesidad de atar se han convertido en nuestras preguntas, en nuestra necesidad de atar y no vamos, por ningún motivo, a aguantar otra interrupción por más divertida que sea.
«Para recordar hay que preguntar», es un texto que recuerdo de la puesta en escena y es el principio del aterrizaje. La obra en busca de desenvolverse y nosotros, público, junto a la protagonista y frente a la posibilidad de la verdad. El objetivo de Cicí se logra, el público festeja y llora con la protagonista, la tensión se aplaca, aterrizamos. Vuelven a aparecer los perímetros, descubro a mis familiares con lágrimas y avergonzados porque el teatro es un ritual en comunidad. Vuelvo a casa, lo vivido sobrevuela la cena y todas las presentaciones que vi en el Festival; sobrevuela mis desayunos de mayo y mi trabajo en teatro. Queda decir gracias.